lunes, 2 de enero de 2017

Ambos sin ninguno.


Mañana me vestirán con cenizas al alba, me llenarán la boca de flores. Aprenderé a dormir en la memoria de un muro, en la respiración de un animal que sueña.



- Alejandra Pikarnik




Él se marchó de mi vida por partes, por momentos. Él no quiso enfrentarse contra su razón y su placer, no quiso aceptar que me amaba menos y que quería probar la lujuria y lo fugaz, por eso se marchó de a poco. Él no daba puntada sin dedal, y por eso toda su magia en un momento fue intermitente, vaga, nula. Él, ya no era honesto consigo mismo, mucho menos conmigo. Él se marchó el día que más lo quise.

Yo muchas veces advertí mi partida, pero esa hora nunca llegaba. Yo me negaba a la idea de alejarme a pesar de sentir ente sus abrazos el frío helado del olvido, me negaba a tirar por la borda todo el amor que había en mi ser, me sentía obligada a seguir intentando más por mí que por él. Yo no encontraba respuesta a sus dudas por mi amor, hasta dudaba de mi misma y ahí, me fallé. Yo lo dejé ir así lo quisiera.

Ambos vivimos intensamente una complicidad, un amor —quizá, no lo fue—, un delirio, una rima de rock ochentero. Ambos vivíamos en ansias de abrazarnos y entrelazar nuestras manos, no había mejor lugar que ese segundo. Ambos odiábamos los defectos del otro y besábamos nuestras virtudes, ambos nos deleitábamos con los gemidos del otro. Él de mí amaba la forma acelerada de hablar de música y literatura. Yo de él amaba su vehemencia al apreciar los paisajes y mi piel. Ambos sabíamos el lugar exacto para tocarnos.

Él se marchó. Yo lo dejé ir.

Logró vivir con eso por algunos meses, regresó por la paz que le producía tenerme en sus brazos, yo me lancé a él por la lucidez que lograba en su cuello. Ambos habíamos rehecho el amor con alguien más, pero solo interesó el momento en que nuestros ojos se reflejaron brillantes y dilatados uno frente al otro. Yo lo amé, él me amó; por dos horas. De nuevo, fuimos delirio y paz.

Un último beso que no mintió, el último abrazo en el que le dimos un vistazo al cielo; un “te quiero” implícito. Él tomó la derecha, yo la izquierda. Me pidió compañía de nuevo, yo quería soledad.

Yo me marché. Él me dejó ir.

El pasado nos tocó la puerta, pero no tenía nada nuevo que decir. Sentí la libertad y la tranquilidad que en algún minuto dependió de él. Sintió la soledad y la oscuridad que días enteros yo había sentido. Tiempo después todo se pone en su lugar.

Yo huyéndole a la compañía. Él a la soledad. Yo tratando de reafirmar su olvido. Él tratando de reafirmar mi rostro en sus recuerdos.

Ambos nos dejamos ir. Uno de los dos marchándose y el otro dejándose ir, no se sabe.



Tiempo después, yo más segura y él más leal.




Agradecimientos: Este pequeñito espacio es de y para mi amigo-compañero Jhoan Emmanuel Orjuela Quiroga quién me ayudó a editar y corregir para que su lectura sea más amena. Un abrazo, mi Emma, orgullosa de vos.

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