Mañana me vestirán con cenizas al alba, me llenarán la boca de flores. Aprenderé a dormir en la memoria de un muro, en la respiración de un animal que sueña.
- Alejandra Pikarnik
Él se marchó de mi vida por partes, por momentos. Él no quiso
enfrentarse contra su razón y su placer, no quiso aceptar que me amaba menos y
que quería probar la lujuria y lo fugaz, por eso se marchó de a poco. Él no
daba puntada sin dedal, y por eso toda su magia en un momento fue intermitente,
vaga, nula. Él, ya no era honesto consigo mismo, mucho menos conmigo. Él se
marchó el día que más lo quise.
Yo muchas veces advertí mi partida, pero esa hora nunca
llegaba. Yo me negaba a la idea de alejarme a pesar de sentir ente sus abrazos
el frío helado del olvido, me negaba a tirar por la borda todo el amor que
había en mi ser, me sentía obligada a seguir intentando más por mí que por él.
Yo no encontraba respuesta a sus dudas por mi amor, hasta dudaba de mi misma y
ahí, me fallé. Yo lo dejé ir así lo quisiera.
Ambos vivimos intensamente una complicidad, un amor —quizá,
no lo fue—, un delirio, una rima de rock ochentero. Ambos vivíamos en ansias de
abrazarnos y entrelazar nuestras manos, no había mejor lugar que ese segundo.
Ambos odiábamos los defectos del otro y besábamos nuestras virtudes, ambos nos
deleitábamos con los gemidos del otro. Él de mí amaba la forma acelerada de
hablar de música y literatura. Yo de él amaba su vehemencia al apreciar los
paisajes y mi piel. Ambos sabíamos el lugar exacto para tocarnos.
Él se marchó. Yo lo dejé ir.
Logró vivir con eso por algunos meses, regresó por la paz que
le producía tenerme en sus brazos, yo me lancé a él por la lucidez que lograba
en su cuello. Ambos habíamos rehecho el amor con alguien más, pero solo
interesó el momento en que nuestros ojos se reflejaron brillantes y dilatados
uno frente al otro. Yo lo amé, él me amó; por dos horas. De nuevo, fuimos
delirio y paz.
Un último beso que no mintió, el último abrazo en el que le
dimos un vistazo al cielo; un “te quiero” implícito. Él tomó la derecha, yo la
izquierda. Me pidió compañía de nuevo, yo quería soledad.
Yo me marché. Él me dejó ir.
El pasado nos tocó la puerta, pero no tenía nada nuevo que
decir. Sentí la libertad y la tranquilidad que en algún minuto dependió de él.
Sintió la soledad y la oscuridad que días enteros yo había sentido. Tiempo
después todo se pone en su lugar.
Yo huyéndole a la compañía. Él a la soledad. Yo tratando de
reafirmar su olvido. Él tratando de reafirmar mi rostro en sus recuerdos.
Ambos nos dejamos ir. Uno de los dos marchándose y el otro dejándose
ir, no se sabe.
Tiempo después, yo más segura y él más leal.
Agradecimientos: Este pequeñito espacio es de y para mi amigo-compañero Jhoan Emmanuel Orjuela Quiroga quién me ayudó a editar y corregir para que su lectura sea más amena. Un abrazo, mi Emma, orgullosa de vos.
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